domingo, 7 de agosto de 2011

Zur Sonne (hacia el sol)

El camino que nos distanciaba de aquella cabaña era grande, muy grande. Una cabaña que habíamos abandonado tres días antes, en busca de nuevos lugares, recuerdos que alojar en nuestra mente para el resto de nuestras cortas vidas. Él, a cuestas con la vieja guitarra acústica color negro azabache que su padre le regaló cuando era niño; yo, en cambio, cargando con un montón de buenos, y claro, malos momentos nacidos en aquella pequeña y ahora un poco frágil construccion de madera, perdida en un bosque,prácticamente en medio de la nada.

Pasados unos 40 kilómetros, Patrick se percató de que nos habíamos extraviado. Sí, extraviados en un bosque oscuro en el que solamente escuchábamos, a punto de esconderse el sol por completo, el temible ulular de los búhos y lechuzas, y algún que otro grillo. Marion temblaba de frío, y no me quitaba la mirada de encima, con esos ojos azules llorosos, no solo del frío invernal, también del miedo a no poder volver a casa, al calor de la lumbre, con su familia. Optamos por sentarnos en una enorme roca situada en una zona totalmente llana, desprovista de todo tipo de árboles. Por el momento, todo parecía mejorar un poco la situación; una fuerte ventisca procedente del norte se llevó las buenas sensaciones que estábamos empezando a experimentar, lo cual me llevó a un estado primero de confusión, y luego de muy mal humor, ya que ninguno sabíamos si nuestros cuerpos a punto de convertirse en auténticos témpanos de hielo podrían aguantar una noche mas a la intemperie.

La pequeña Marion cayó exhausta a causa del latigazo del gélido viento. A medida que el cielo se cubría de estrellas y pasaba a velocidad de la luz una estrella fugaz, pude ver que Patrick también estaba temblando y palideciendo,con su piel acercándose a un tono mármol. Decidimos los tres abrazarnos hasta que saliera de nuevo el sol. Mientras tanto, Marion respiraba sin fuerzas, y sin apenas moverse de donde se tumbó siete horas antes, en busca de un ápice de calor que parecia no llegar nunca hasta que no apareció el primer rayo de sol de la mañana tras la enorme montaña que el día anterior pateamos hasta la extenuacion.

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