martes, 2 de octubre de 2012

Desde la oscuridad



Una vez, hace muchos años, me contaron que la maldad y la bondad absoluta no existen: simplemente, sus respectivas fuerzas se encontraban equilibrada en una hipotética balanza; sin embargo, cuando un hecho trágico nos toca en lo más profundo de nuestro corazón, este equilibrio se rompe tan rápidamente que ni el ojo humano es capaz de percibirlo.

Así comienza esta historia, que cuento desde lo más profundo de la tierra en la cual me sepultaron:
La ciudad se encuentra sumida en la más absoluta oscuridad y caos, a cada paso que uno daba por sus húmedas y adoquinadas calles, hasta los huesos se congelaban. Camino a ritmo ligero por una de las calles principales, abriéndome paso entre la espesa niebla que se ha apoderado en un visto y no visto de esta pequeña ciudad. Dejando de lado el ensordecedor ruido que producía con cada uno de mis pasos, escuchaba con vaga atención el lamento roto de un hombre recibiendo un tiro en la espalda, a sangre fría. Si, un disparo a sangre fría, que desgraciadamente no podré sacar de mi cabeza tan fácilmente. Trato de darme por aludido desde el momento en que he visto ese horrible panorama ante mis ojos, mas no puedo. Miles de recuerdos me vienen de golpe a la memoria. En mi camino hacia mi casa, a las afueras de la ciudad, hacia intentos en vano de reorganizar todos y cada uno de estos malos malísimos recuerdos que tanta angustia, dolor y desesperación traían a mi vida, hasta que, a consecuencia de encontrarme ensimismado, encerrado en mi propio mundo, choco contra una persona de enorme tamaño. Una sensación entre miedo y confusión se apodera rápidamente de mí: solo podía ver la silueta que este hombre dejaba justo delante de mí, lo cual me impedía por completo ver su rostro. Esta rara sensación que sentía corriendo por mis venas fue la que me hizo huir, aunque en vano. Aquel extraño hombre que había recibido un disparo en una de las tabernas abandonadas de la ciudad me estaba persiguiendo a cada sitio al que iba. Sus pasos, más fuertes aún que los míos, me hacían recordar aquel lamento que ahora mismo hace eco en mi cabeza, y que no puedo quitármelo de encima.




En un intento de dejar de lado por una vez mi evidente cobardía, me decidí a darme la vuelta, aprovechando a que me encontraba en una calle con algo más de luz y de personas. Pude observar un rostro que en definitiva, me seria imposible de olvidar. Un rostro que reconocí en el momento. El rostro de Kahlé Bohr, jefe de una de las razas más antiguas pero más desconocidas, los Jhula, curtido por las arrugas propias de la edad y los excesos con el alcohol, unos 45 años de edad, pelo negro azabache, patillas canosas y cerca de dos metros de estatura, lo suficiente para hacerme ver que, aunque pasaran muchos años de la pérdida de mi padre, pérdida que deseaba vengar costara lo que costara, esas caras no se olvidan jamás. El enorme individuo me estuvo mirando de arriba abajo durante cerca de quince largos y tediosos minutos, en los que yo no movía ni un palmo de mi piel, ni tan siquiera temblaba a causa del frío invernal del momento. Al fin, este hombre que, de una forma muy extraña, su cara me resultaba familiar, empezó a hablar: “Piensas que no me conoces, pero estás equivocado. Sabes demasiado acerca de mí”. Al oír esas palabras de su profunda voz nasal, mi mente se quedó en blanco, haciendo que yo fuera incapaz de pronunciar una sola palabra. Hasta el momento en que dijo, con un tono con mezcla de desesperación y venganza “La saña y el maltrato que los de tu estirpe tienen hacia los seres de mi raza no dejan de asombrarme. Tu estirpe es la causa de todos mis problemas.”

Esas palabras que salieron de esa voz tan profunda pero a la vez intimidante, me hicieron recordar otras palabras que mi padre, antes de ser asesinado, me dijo que guardase con mucho recelo. “Desde hace tres siglos, esta humilde familia viene siendo conspirada por una raza sobrehumana, que busca apoderarse de lo que siempre hemos sido”. Un pacto que desde hacia tres siglos se tenia que salvaguardar a toda costa, por el bien de nuestra estirpe.


-¡Miserable! ¡¿Qué quieres de mí?!
-¡Has roto un pacto que se lleva conservando muchos siglos, y eso no puedo consentirlo!
- ¡No es cierto! Ni siquiera eres conocedor de dicho pacto. Ese motivo fue el que te decidió acabar de la forma más vil y sangrienta posible con la vida de mi padre cuando yo tenía 16 años.
- Un pacto que tú mismo rompiste el día antes de la muerte de tu padre
- De quien tú mismo, cosa del diablo, te encargaste de hacerlo pedazos cuán animal.
- ¡Ya habéis castigado demasiado tú y tu familia a mi raza! Por ese motivo somos solo 10 individuos, y por eso también sacrificamos a nuestro Dios a aquellos que en algún momento de nuestra vida nos hicieron daño.

Cuando Bohr terminó de hablar, me impidió decir una sola palabra mediante una patada que me asestó en el estomago. El dolor físico que sentía a raíz de esta agresión se mezcló con el dolor mismo que me provocaba el hecho de recordar el asesinato por parte del jefe supremo de los Jhula a mi padre, mi mentor, y la vergüenza ajena que sentía hacia los cuerpos de la policía federal de la ciudad, que se quedaban en sus respectivos vehículos patrulla mirando como pasa el tiempo, sin percatarse para nada de lo que acontecía en esos momentos en una de las calles más céntricas de esta pequeña ciudad, dominada por el vandalismo, la corrupción, los continuos ajustes de cuentas entre bandas, y las drogas. En el momento en que me estuve asegurando de que Bohr iba a dejarme en paz ya de una vez, se me adelantó, sabiendo él que yo trataba de huir de él a toda costa, con lo que su táctica intimidatoria fue la de amenazarme con una navaja a menos de un centímetro de la piel de mi cuello.


-¡A mi no me provoques, objeto del diablo!
-¿Sabe Dios de qué parte de este enorme universo que nos rodea saliste? Tu raza abandonó un planeta en el que todo el mundo era feliz hasta que alguien espió a mi humilde y honrada familia, y os habló de este pacto que llevas codiciando toda tu vida, y por la que eres capaz de dar tu propia vida. Y si quieres saber más, el resto de los miembros de tu raza no creen en dicho pacto, porque ¡NO EXISTE!

En efecto, Bohr era un ser misterioso, a la vez que especial. Su raza tenía sus propios dioses, y creían en la idea de que la vida de uno mismo, en si no tenia ningún valor, si no es por una causa que estuviera lo suficientemente bien justificada como para demostrar que la vida de uno mismo valía en oro, y una de esas causas era el creer con fervor en un pacto que, aunque no se demostraba su veracidad, les podía dar la felicidad y la vida eternas.

- ¡Tú, ser engendrado desde lo más profundo del abismo! ¡No oses decirme una sola mentira o provocarme! O de lo contrario, pagarás muy caro las consecuencias que tiene el mentir a un superior. ¡¿Te ha quedado claro, sabandija?!

Este horrible personaje hizo daño a lo más profundo de mí ser, incluidos daños físicos, como un profundo corte en la nuca con su navaja, y una costilla rota por la patada que me fue propinada en el estomago. Por momentos, me venia a la cabeza la idea de que, al tener mi boquita cerrada con cremallera, aquel ser monstruoso me dejaría vivir en paz, y olvidar este acontecimiento. Pero estaba muy equivocado, por desgracia.

- Un momento, joven. Necesito que me enseñes algo.

Al darme la vuelta, me encontré a Bohr empuñando una pistola delante de mi rostro, y con el dedo índice de su enorme mano izquierda preparado para apretar el gatillo. Oh, si, ahora maldigo con todas mis fuerzas el momento en que, de forma insconciente, reconocí ese horrible y malicioso rostro, y ahora justo es cuando temo por mi propia vida. Me sentía solo entre tantas personas.

- ¿Me dejas que te cuente algo que me enseñó la persona a la que tú asesinaste hace 20 años? Mi padre me dio un don consistente en que mi cerebro, cuando me relacionase con cualquier persona, solo funcionaria cuando dijera la verdad en todo momento. Y el decir la verdad en todo momento me ha convertido en lo que soy hoy en día, es decir, una persona honrada, y con muchas amistades en esta pequeña ciudad en la que me he criado toda mi vida. – Palabras que pronunciaba en un intento de no romper a llorar ante una criatura con sed de venganza, sin sentimiento alguno.- Por ello, solamente pido: ¡créeme, por todos los dioses! ¡Créeme que no miento!
- ¡Mientes una y otra vez con cada palabra que pronuncias! ¡Puedo verlo con mis propios ojos! ¡Ese es el principal defecto que tiene la raza humana desde el principio de los tiempos: mienten para hacerse ver entre los demás, y para extinguir razas que no son las suyas! Ya no te voy a consentir una mentira más. Estás acabado, Gary Bolton.

Un disparo en la cabeza fue lo que puso fin a mis poco más de 36 años de vida en la faz de la tierra. Treinta y seis años llenos de sufrimiento, y llenos de sed de venganza que nunca pude consumar, ya que alguien los consumó por mí. Ésta es la miserable y trágica historia de Gary Bolton, éste hombre que habla desde lo más profundo de la tierra en la cual su tumba se encuentra enterrada, junto a la tumba de mi difunto padre y a la de mi madre, a la que en vida no llegué a conocer.