lunes, 2 de mayo de 2011

Somos perlas encerradas

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Tú y yo, dos almas incomprendidas, vivíamos en Wainwright, aquella ciudad que dimos por sentada que era la ideal en todos los ámbitos, no sé si aun la recuerdas. Allí, la estupidez no tenía cabida, no tenía motivos para mostrarse al resto del mundo y echar a andar por sus angostas y empedradas calles, por las que corría la ennegrecida agua de la lluvia ácida.

En este extraño pero, en cierta medida, hermoso lugar, pasamos una generosa parte de nuestra vida en común. Un lugar que, a medida que caminábamos con ligero paso sobre sus resbaladizos y húmedos adoquines, nos invitaba a meditar acerca de la vida, a hacer caso a nuestra conciencia, y también, a confundirnos entre aquellas personas consideradas por ellas mismas ‘de otra especie’, y evitar sentirnos ridiculizados ante una evidencia tan dolorosa, la ignorancia de aquellos a los que ambos siempre habíamos considerado 'semejantes' a nosotros.

Sin embargo, esta pequeña pero vasta ciudad duró el tiempo que tardaron todos sus puentes en venirse abajo y la furia del mar arrastrase sus restos hechos añicos. Inevitablemente, la vulgaridad y una fuerte pesadumbre se apoderaron de esta ciudad y probablemente, de todo el universo. Aquella expresión abstracta que en un momento dado denominábamos inteligencia, fue arrastrada sin piedad por el mar de la ignominia, de la deshonra.

Entretanto, pudimos darnos cuenta casi al tiempo, que solamente el amor que nos profesábamos entre ambos era aquello que, al fin y al cabo, era lo único que cobraba cierto sentido. Oh, si, nuestras vidas, de forma inevitable, fueron selladas en un compromiso: permanecer juntos hasta que la ardiente llama que se alojaba entre nuestros cuerpos se apagase por sí sola, y para siempre.

Como cada sábado por la tarde, vengo a verte. Cierto, tú ya no eres capaz de ver de nuevo la potente y cegadora luz del sol, aquella que te dejó en tu curtida piel un beso de terciopelo, y la lluvia ha dado un toque de humedad a tus secos párpados. Sin embargo, te encuentro muy mejorada. Cuando regrese para verte, te deleitaré con historias de aquella ciudad que, hace 25 años, vio nacer una poderosa, azulada y resplandeciente llama entre nosotros dos, representando aquel fuerte amor que ahora tenemos enterrado en una tierra poblada de romero, amapolas y pensamientos, ajenos a nuestras vivencias. Wainwright, esta ciudad, siempre nuestra.


Adriana