-'Esta actitud no puede continuar de ninguna forma', pensaba Rémy, a punto de convertir su cabeza en un hervidero de preocupaciones, mientras volvía de la embajada francesa en Londres.
El tiempo corría, demasiado deprisa, quizá. Y, no precisamente a su favor. Comprendió, ipso facto, que su destino, en alguna parte, estaba escrito. Todo, absolutamente todo, familia, amigos, su pareja, a la cual conocía desde su más tierna niñez, dependía de todo cuando hiciera. El más mínimo error, un paso en falso que cometiera en el momento más importante de su vida, daría al traste con todos sus sueños y con todo lo que consiguió a lo largo de su vida. Rémy necesitaba y deseaba que su futuro suegro, Lord Percy, uno de los hombres más ricos de Londres, le diera su permiso para pedir la mano a su hija, y llevarla al altar.
Remy solo tenía veintinueve años y todo lo que en aquella época una persona podía y quería tener y desear, a pesar de venir de una familia de obreros, que luchaba día a día por su propia supervivencia. A los 6 años, de forma repentina, perdió a su padre, un obrero de fábrica, y aquejado de problemas de piel y pulmones. Su madre, originaria de una acomodada familia irlandesa, murió en el momento en que él nació, quizá, de viruela. A partir de entonces, su tía Maude lo adoptó como si de un hijo más se tratase. El hecho de que la tía Maude ya había dado a luz a 5 hijos ya no tenía ninguna importancia. La tía Maude hizo que el pequeño Remy fuera un poco más feliz, ya que cuando su padre aún vivía y le cuidaba en su modesta y delicada choza de madera de álamo, él era hijo único, y, de alguna manera, en el interior de su corazón, sentía que la soledad se apoderaba de él.
Lord Arthur Percy, el padre de Daphne, su futura esposa, era conocido por todos los hombres de negocios del este de la ciudad de Londres. Un acaudalado banquero, siempre orgulloso de sí mismo y de los logros que había conseguido a lo largo de su vida. Un gran aficionado a los juegos de azar y a la caza. Todo aquel que lo conocía desde algo más de quince años lo definía como un mujeriego, y en ocasiones, cazafortunas. Nadie sabía con exactitud qué edad tenía (unos decían que 60 años, otros, unos años menos), ni siquiera su difunta esposa, que se fue de su vida siete años antes, si al propio banquero no le fallaba la memoria.
Su hija Daphne se había educado en las mejores escuelas de la ciudad de Londres, al igual que su hermano Winston.
Era domingo por la tarde, pero la inmensa ciudad de Londres seguía con su movimiento habitual. Obreros que volvían de la construcción de nuevas fábricas, mineros que, tras largas jornadas de trabajo, de incluso días, volvían al calor de sus hogares, con la esperanza de recibir buenas noticias. Tampoco había aquel día sesiones en el Parlamento.
El Big Ben marcaba las cinco de la tarde al compás de su enorme campana. Rémy se citó en la acomodada mansión de su suegro a esa misma hora. La mansión, una casa de dos plantas, se encontraba en una zona apartada en el centro de la ciudad, y poseía grandes ventanales de marco blanco, una enorme y pesada puerta negra y un porche de madera de roble. Mientras se dirigía a donde el banquero le había ordenado, empezaron a caer unas pocas gotas, que acabaron por convertirse en una lluvia de grandes dimensiones. No paraba de pensar en la impresión que causaría a su suegro en cuanto lo viese llegar, ya que Lord Percy siempre se mostraba muy huraño con todos aquellos que no eran de su clase social. Rémy estaba convencido de que la hija de Lord Percy le iba a brindar algo de ayuda a la hora de mostrarse delante del adinerado padre de su novia. Vestido con su mejor ropa, un traje de chaqué, sombrero de copa y pantalones negros que le había regalado su tía Maude, se mostró ante su suegro.
Al llegar a la imponente mansión, llamó cuidadosamente a la pesada puerta negra de madera. Entonces la abrió ella.
-'Entra, por favor', le dijo Daphne casi en tono de susurro.
Rémy entraba por primera vez en la casa de su novia, aun sabiendo que la conocía desde la niñez. Se quedó maravillado con la decoración existente en el largo y blanco pasillo que había que atravesar hasta llegar a un enorme salón, con muebles comprados en la Toscana.
-'Mi padre no tardará en venir. Normalmente suele ser puntual', añadió Daphne.
A los diez minutos, llegó Lord Percy a su mansión, mientras Rémy e Daphne, la niña de sus ojos, le esperaban dentro del enorme salón, en el que había un piano de cola.
Lord Percy, antes de dirigir la palabra al joven Rémy, durante cinco largos y tediosos minutos le miraba detenidamente. Remy, a pesar de su experiencia con las mujeres, se mostraba como una persona muy tímida, pero con un gran corazón. Sabía que en ese momento, iba a llegar la hora de quitarse la coraza, y hablar firmemente al padre de su futura esposa.
-'Tengo una noticia que darle, mi Lord', habló Rémy, en un tono muy bajo.
Tras un largo minuto de silencio sepulcral, Lord Percy se limitó a mascullar algo que ni Rémy ni su hija llegaron a comprender.
-'Sea serio, padre, por favor' replicó Daphne a su padre.
-'Vera, mi Lord...' Remy hablaba con voz temblorosa, debido al temor que le provocaba el padre de su novia, -'estoy enamorado de lady Daphne, y si estoy aquí, en su majestuosa mansión que no puedo parar de admirar, es porque quiero pedirla su mano, y necesito que nos de su bendición'-.
Lord Percy levantó la ceja con una mezcla de desconcierto, desesperación y disgusto.
-'¿Eres el hijo de Maude Williams?' le espetó Lord Percy a Rémy.
-'Soy su sobrino. Ella me adoptó cuando era pequeño, pero es como mi autentica madre, ya que a mi verdadera madre no la conocí jamás'.
El momento más crítico llegó cuando Lord Percy, poniendo en práctica sus dotes de jefe de un banco, le preguntó al joven a qué había dedicado su vida su tía Maude.
-'Mi tía Maude era una curandera que ayudaba a las monjas del monasterio de las afueras de la ciudad. Y mi tío se dedicaba a la importación de muebles de otros países'.
-'qué poca seriedad'- masculló Lord Percy mientras se atusaba el bigote, y al instante empezó a vociferar:
-'¡Maude Williams es una feminista e inconformista social. No entiendo como pudo llegar tan alto en una sociedad en la que mas de la mitad de las personas no saben ni leer!¡No quiero oír ni una palabra más al respecto!
Palabras candentes afluyeron de la boca de Daphne, pero, en un intento de llevarle la contraria a su padre por primera vez en su vida, le devolvió las voces:
-¡Maude es una mujer maravillosa en todos los aspectos, y Remy la quiere, con sus virtudes y sus defectos. Así que mejor será, padre, que hable de ella de una manera más cortés'.
-'¡Yo digo lo que pienso. Ésta es mi casa, y yo digo lo que me parece, y doy las ordenes que me parecen!' dijo Lord Percy, chillando, ante la impertérrita cara de terror que se le quedaba al joven Rémy.
-'¡Pues no lo harás! Soy capaz de huir con él.’- dijo señalando con el índice a Remy -‘¿Y sabes que más te voy a decir? ¡Llevo toda la vida siguiendo órdenes de los demás, sobre todo de ti, y mi paciencia se ha agotado!y si huyo con Rémy, no podrás encontrarme'-. Daphne, tras este momento de enorme tensión, rompió a llorar.
Ante la impertinencia de su hija Daphne, la mirada atónita de Diane, la criada, y el miedo que le estaba consumiendo a Rémy, Lord Percy salió de la mansión tras un portazo. Diane se marchó corriendo a continuar con sus tareas diarias, y mientras tanto, la pareja se estaba temiendo lo peor. Rémy trato de salir de la casa de su novia por otra puerta que daba hacia la calle, pero no tuvo el tiempo suficiente para pasar la puerta, ya que un fiel amigo del banquero, contratado por éste, iba armado con una ballesta y acabó con la vida de ambos jóvenes para siempre.
En efecto, Rémy solo tenía 29 años, de carácter muy agradable, alegre, aunque en sus rasgados ojos verdes se atisbaba un halo de timidez y miedo ante lo que le pudiese ocurrir. Y Daphne, una joven de 24 años, de penetrantes ojos azules, y cabello pelirrojo y lacio, que tenía todo lo que una mujer podía tener, pero que, pese a todo, nada le hacía feliz, salvo tener a su amado cerca de ella.
